[:es]Sobre el mito del «fin del trabajo».[:]

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Sobre el mito del «fin del trabajo».

(Abordando eso gris, que parece la teoría).

Mano sobre mano.A propósito de un muy buen trabajo presentado por Aldo Scarpa sobre el tema.

Como es nuestro método de análisis, primero el texto y luego nuestro comentario.

El texto:

El desarrollo de la ciencia y la tecnología como fuerza productiva directa. El crecimiento de la capacidad productiva del trabajo.

«El fin del trabajo». ¿Un problema de la sociedad en general, de la humanidad? ¿O el problema de un modo de producción especifico?

Por: Aldo Scarpa. Febrero de 2020.

Toda clase dominante, realmente dirigente, debe ser capaz de presentar sus crisis y desafíos como crisis y desafíos de toda la sociedad. Toda clase para dominar debe comprobar y demostrar su capacidad hegemónica. Es decir, debe lograr que el resto de las clases y grupos de la sociedad vivan e interpreten el mundo a través de los cristales de su hegemonía. Las clases subalternas deben confundir sus intereses con los intereses delas clases dominantes o, mejor dicho, alienarse asumiendo como propios los intereses de las clases dirigentes en sustitución de los suyos propios.

Tal lo que puede ocurrir con la falsa teoría, con la superficial afirmación de aparente evidencia probada sobre «el fin del trabajo». Por supuesto, no existe ningún riesgo, ninguna probabilidad, ninguna perspectiva real sobre «el fin del trabajo», pues «el fin del trabajo» sólo sobrevendrá el día del «fin de la humanidad» ya que, el hombre y el trabajo –el trabajo y el hombre son inseparables, no existe el uno sin el otro–. Y este «apocalipsis» de la humanidad es algo que, por causa naturales aclaro, como se dice ahora, no está en la agenda.

En todo caso, lo que está llegando a su «fin» histórico es, como ocurrió con tantas otras, una forma histórico-social del trabajo. O sea, el trabajo asalariado. Y, si esto es así, lo que está tocando a su fin es el modo de producción capitalista. El desarrollo tecnológico no es la premisa de «el fin del trabajo», sino todo lo contrario. El desarrollo tecnológico es la premisa de una inimaginable ampliación y elevación de los horizontes de la capacidad creadora del hombre; es decir, del trabajo, porque no otra cosa es el trabajo en sentido general, humano. Ampliación y elevación del trabajo, que no es de ninguna manera identificable en términos absolutos con el trabajo asalariado. Más aún, si bien el trabajo asalariado aparece en la historia antes del surgimiento del actual modo de producción dominante, lo que si es cierto es que sólo con el advenimiento de éste se transformó en la forma de trabajo predominante y que el capitalismo no puede existir sin ella.

El capital es acumulación de trabajo, o plus trabajo abstracto-social, en manos del capitalista que debe valorarse incesantemente. Y esta apropiación y acumulación de valor, de plus trabajo; o sea, el capital, sólo puede ser producto del trabajo asalariado. El trabajo es la única fuente de valor. Sin trabajo asalariado no hay capital ni capitalismo. Lo que el desarrollo tecnológico pone en cuestión es el trabajo asalariado y, por lo tanto, al capitalismo, o, dicho de otra manera, la evolución del capitalismo provoca un desarrollo tecnológico y una elevación de la capacidad productiva del trabajo que no tiene otro resultado que el cuestionamiento del trabajo asalariado como forma histórico-social del trabajo y, por consiguiente, del propio capitalismo. En absoluto corre el más mínimo riesgo de desaparición el trabajo; ni tiene validez alguna la superficial teoría sobre «el fin del trabajo».

¿Por qué suceden (y continuarán sucediendo durante el capitalismo) las cosas de esta manera? «El capitalismo es una contradicción en proceso» decía, más o menos, Marx. Y este entrelazamiento y sucesión irresoluble de contradicciones encuentra su explicación en la evolución objetiva del propio capitalismo. Ya hace poco más de dos siglos Ricardo advertía sobre la función del trabajo como el elemento determinante del valor de la mercancía.

Muchos siglos antes, con una impresionante capacidad de abstracción, Aristóteles llegó a vislumbrar en «La Política» el papel del trabajo en dicha determinación. Si la mercancía es la célula del modo de producción capitalista y el trabajo la medida del valor de la misma (mejor aún, la cantidad de tiempo de trabajo), esto no puede dejar de tener consecuencias insoslayables y determinantes en el desarrollo histórico del capitalismo. El trabajo pasado, muerto, no crea nuevo valor, sino que traslada un valor creado y materializado en los medios de producción a la nueva mercancía en proceso de creación; ya sea de golpe, si se trata de capital circulante, ya sea por fracciones a lo largo de un período de tiempo, si se trata de capital fijo (hay que cuidarse mucho de confundir y/o identificar estas categorías con el fundamental y genial descubrimiento de Marx expresado en las categorías capital constante y capital variable). Sólo el trabajo presente, vivo, es creador de nuevo valor, fuente de valor y, consiguientemente, de plusvalía. Mediante la introducción de tecnología el capitalista se propone aumentar la plusvalía relativa, ya que por razones naturales e histórico-sociales la plusvalía absoluta encuentra límites en sus posibilidades de incrementarse.

Sin embargo, la introducción de nuevas tecnologías desplaza fuerza de trabajo; es decir, la única mercancía cuyo uso genera trabajo vivo único elemento generador de nuevo valor. Por lo cual, si bien puede aumentar la tasa de plusvalía la tasa de ganancia tiende a caer. O sea, para la clase capitalista el desarrollo científico-tecnológico es a la vez una necesidad y una amenaza.

El objetivo de la clase capitalista es el permanente aumento de la tasa de ganancia, pero el aumento de la inversión en medios de producción, tecnología, provoca la tendencia a su descenso.

En cambio, para la clase obrera, para las masas desposeídas emancipadas de las relaciones burguesas de producción el desarrollo e inversión productiva de la ciencia y la tecnología sólo tiene un significado: crear las condiciones, las premisas, que permiten invertir menos tiempo de trabajo para satisfacer las necesidades básicas y aumentar el tiempo libre para el desarrollo multifacético de sus cualidades humanas, para alcanzar por fin la libertad, lo que realmente debe considerarse libertad. Por eso el capitalismo y la clase capitalista llegados a este punto de la evolución histórica de la humanidad son una traba para el progreso, son reaccionarios y contrarevolucionarios, su existencia ya hace tiempo ha devenido absolutamente irracional y nuestra época no tiene otra misión histórica que proclamar su irrealidad, hacerlo irreal en la realidad. Por eso, los trabajadores asalariados y las masas desposeídas de la sociedad son objetivamente democráticos, progresistas y revolucionarios.

Las leyes de la producción capitalista provocan la tendencia al crecimiento de la composición orgánica del capital, producto genuino de la evolución del capitalismo. Esta tendencia se impone y comprueba en el aumento constante de la proporción del capital invertido en capital constante (medios de producción, tecnología, etc.), respecto a la fracción invertida en el capital variable (fuerza de trabajo; capacidad de trabajar bajo la forma de trabajo asalariado; o sea como mercancía y, por consiguiente, portadora de la dualidad trabajo abstracto-trabajo concreto y, como tal creadora de valor y valor de uso). La tendencia al crecimiento de la composición orgánica del capital provoca la tendencia al desplazamiento de la fuerza de trabajo (única fuente de creación de valor y, por ende, de la forma de la riqueza del modo de producción capitalista: el capital). De aquí, como llevamos dicho la tendencia a la caída de la tasa de ganancia. Por tanto, el crecimiento de la composición orgánica del capital tiende a desplazar al trabajo vivo, precisamente la fuente de creación del capital. O sea, cuando el alienante mito sobre «el fin del trabajo» y su abstracción fantasiosa y engañosa es superado por el estudio de la realidad histórica concreta podemos comprender que en absoluto estos fenómenos expresan ni son presagios de «el fin del trabajo» en general. ¡No! Por el contrario, expresan y en términos históricos, son presagios (dependiendo de la acción de los hombres, de las masas populares), de la crisis del capitalismo y la burguesía.

Por cierto, combatir al neoliberalismo es una tarea insoslayable en tanto estrategia política destinada a contrarrestar estas tendencias negativas para las clases dominantes y hacer recaer sus efectos sobre la espalda de los pueblos. Sin embargo, podría ser erróneo ante estos fenómenos limitar la cuestión al neoliberalismo. Esto podría generar la falsa y peligrosa ilusión de que más allá del neoliberalismo otro capitalismo sería posible. El asunto es más profundo. El problema que tiene enfrente la humanidad es el capitalismo en sí mismo. Y esta es nuestra tarea política: volver a educar a las masas populares en esta perspectiva. Porque, llegados a este punto del desarrollo del capitalismo, ¿es posible el capitalismo sin la sombra del neoliberalismo? Las políticas neoliberales pueden retroceder momentáneamente; ora pasar a la defensiva ora a la ofensiva. Pero, en todo caso el neoliberalismo retornará siempre y en breves plazos históricos. Y esto es así porque la fracción hegemónica de la clase capitalista, y esta clase ya no conocerá otra hegemonía, para la bonanza de sus intereses reclama políticas neoliberales. ¿Cuáles son las condiciones materiales de esta situación?

  1. La contradicción fundamental del capitalismo es el carácter cada vez más social de la producción y el carácter cada vez más privado de la apropiación: la globalización expresa el primer factor de la contradicción; la transnacionalización, el inmenso crecimiento de las empresas transnacionales el segundo.

  2. La tendencia a la concentración y centralización del capital continúa; la sociedad se divide cada vez más en una oligarquía, un puñado de magnates del capital, de un lado y, una masa de miles de millones de desposeídos, por otro (según datos recientes de la ONU, ocho o doce personas tienen la misma riqueza que la mitad de la población mundial, dos mil quinientos o tres mil millones de personas).

  3. Precisamente, los beneficiarios privilegiados de este proceso de concentración del capital es la oligarquía financiera. El capital financiero.

  4. El capital financiero está indisolublemente ligado a la especulación, al parasitarismo, a la riqueza y el capital ficticio; en fin, a un capitalismo parasitario y en descomposición. La crisis mundial del capitalismo, desde 1929 hasta 2008, expresan este carácter parasitario y en descomposición e imponen saltos cualitativos a la crisis en el proceso de centralización del capital.

  5. El capitalismo ha devenido imperialista y este carácter que acompañará al mundo burgués hasta la tumba está indisolublemente ligado con las cuatro características definitorias del capitalismo en su última fase anotadas en los cuatro puntos precedentes. El imperialismo ha significado: la expansión colonial en las últimas décadas del S XIX; dos guerras mundiales en cincuenta años; carrera armamentista que no cesa; según la ONU, trece guerras, invasiones, etc. en menos de tres décadas. El capitalismo en su fase imperialista no puede dejar de ser agresivo, antidemocrático, militarista, reaccionario en toda la línea.

  6. Hace por lo menos más de un siglo y medio que el capitalismo significa una traba para el desarrollo de las fuerzas productivas. Pero hoy, sin embargo, significa no sólo una traba sino una amenaza real para la destrucción absoluta de las mismas por una hecatombe nuclear y-o una catástrofe ecológica.

El mito sobre «el fin del trabajo» es un eufemismo y una falsedad, tiene un significado ideológico, de clase; promueve la transformación en la cabeza de los pueblos de la crisis de la clase capitalista y del capitalismo en crisis de la sociedad toda.

El crecimiento sostenido de la inversión en capital constante, la elevación de la capacidad productiva de la humanidad a través del desarrollo de la ciencia y la tecnología se presenta ante la burguesía como una amenaza a su existencia. Para los trabajadores, en cambio, ese desarrollo es condición de su liberación, es la premisa del triunfo de la libertad sobre la necesidad, es la condición material para que el contenido del tiempo de la vida del hombre no sea la alienación y la enajenación del producto de su trabajo y de su propia vida, sino la creación, el desarrollo espiritual, el tiempo libre para ser, precisamente, libre; es la condición para la humanización del hombre.

«La cosa está en que un día haya tiempo para todo, para hablarnos sin apuro, para compartir los hijos, para hacer fin de semana como si vivir fuera tiempo libre, espacio para estar…».

Las condiciones materiales para que se cumpla el sueño al que le canta Silvio ya existen; y su realización es una necesidad histórica de la que depende la sobrevivencia de la humanidad.

Aldo Scarpa.

Nuestro comentario:

Comencemos por el final y nuestro acuerdo. ¿Qué falta?: nada más, ni nada menos que el programa y la voluntad política organizada para aplicarlo.

Dice Scarpa y lo compartimos:

«Por cierto, combatir al neoliberalismo es una tarea insoslayable en tanto estrategia política destinada a contrarrestar estas tendencias negativas para las clases dominantes y hacer recaer sus efectos sobre la espalda de los pueblos. Sin embargo, podría ser erróneo ante estos fenómenos limitar la cuestión al neoliberalismo. Esto podría generar la falsa y peligrosa ilusión de que más allá del neoliberalismo otro capitalismo sería posible. El asunto es más profundo. El problema que tiene enfrente la humanidad es el capitalismo en sí mismo».

Más adelante agrega un concepto que mucho tiene que ver con este:

«Precisamente, los beneficiarios privilegiados de este proceso de concentración del capital es la oligarquía financiera. El capital financiero».

«El capital financiero está indisolublemente ligado a la especulación, al parasitarismo, a la riqueza y el capital ficticio; en fin, a un capitalismo parasitario y en descomposición. La crisis mundial del capitalismo, desde 1929 hasta 2008, expresan este carácter parasitario y en descomposición e imponen saltos cualitativos a la crisis en el proceso de centralización del capital».

Lenin nuestro maestro, analizó el tema y estamos hablando de principios del siglo 20:

«Una parte cada día mayor del capital industrial –escribe Hilferding– no pertenece a los industriales que lo utilizan. Pueden disponer del capital únicamente por mediación del banco, que representa, con respecto a ellos, al propietario de dicho capital. Por otra parte, el banco también se ve obligado a colocar en la industria una parte cada vez más grande de su capital. Gracias a esto, se convierte, en proporciones crecientes, en capitalista industrial. Este capital bancario, por consiguiente, capital en forma de dinero, que por este procedimiento se trueca de hecho en capital industrial, es lo que llamo capital financiero». «El capital financiero es el capital que se halla a disposición de los bancos y que es utilizado por los industriales»[1].

Scarpa agrega otro concepto que merece ser analizado porque fue un punto de discrepancia de Lenin con Kautsky que aún la izquierda no ha saldado:

«El capitalismo ha devenido imperialista y este carácter que acompañará al mundo burgués hasta la tumba está indisolublemente ligado con las cuatro características definitorias del capitalismo en su última fase anotadas en los cuatro puntos precedentes. El imperialismo ha significado: la expansión colonial en las últimas décadas del S XIX; dos guerras mundiales en cincuenta años; carrera armamentista que no cesa; según la ONU, trece guerras, invasiones, etc. en menos de tres décadas. El capitalismo en su fase imperialista no puede dejar de ser agresivo, antidemocrático, militarista, reaccionario en toda la línea».

¿Qué ha sucedido? No sólo que hoy siendo cada vez más agresivo el accionar de los «servicios» con origen en EE.UU. y el peligro de la guerra se extiende más allá de las actuales, por otro lado el comando del libre comercio mundial pasa de EE.UU. a China y su entorno gobernada por el Partido Comunista, y el propio centro del capitalismo mundial se desplaza, mientras una facción capitalista con sede en EE.UU. y con Trump a la cabeza amuralla su economía. La vida le ha dado la razón a Lenin, no a Kautsky.

Volvamos entonces al programa que es a nuestro leal saber y entender el medio para cumplir con la última frase que compartimos del compañero Aldo Scarpa.

¿El programa sigue siendo estatizar la economía o hoy tenemos otro panorama que nos permite pensar más allá de las economías nacionales?

Que nos hace pensar que el objetivo de la izquierda hoy en el mundo es la toma del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial para cambiar su política, y que para ello disponemos de dos herramientas fundamentales: la moneda y el sistema impositivo.

Jorge Aniceto Molinari.
Montevideo, 16 de
Marzo de 2020.

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